El pequeño monstruo.-Capítulo 15



Capítulo 15.-
El pequeño monstruo.-


La primera vez que me llamaron `pequeño monstruo fue en la escuela Virgen de los Reyes, un internado de la Diputación de Sevilla, eran edificios que formaban parte del manicomio de miraflores, muy completo en sus instalaciones con campo de fútbol, piscina, voleibol, cancha de baloncesto, balón mano, como podía quejarme...bueno eso ocurrió una vez en la que viví la primera huelga de mi vida, cuando todos a una (200 niños), nos levantamos del comedor y vaciamos nuestros platos enteros por una comida que era incomestible, garbanzos con una especie de pitracos, (trozos de despojos),  nadando entre unos trompitos (garbanzos) duros como el acero... de mayor he pensado que era natural que no tuvieran para darnos de comer en condiciones si todo se lo habían gastado en el culto divino, con ese retablo de la capilla que era una obra maestra.
Pero el que no es feliz de niño, es que tiene algún problema y mi paso por ese otro internado de mayores en el que ingrese con doce años, fue una verdadera aventura que recuerdo con mucho cariño.

Mi profesor de física, el señor Valpuesta, era un hombre bonachón y francamente agradable, pero le cogí manía por que quería que estudiara y yo prefería dedicar el tiempo a jugar a balón cesto, decidí no estudiar su asignatura y me suspendía sin examinarme cada mes. Estuvo enfermo unos meses y cuando regreso, el profesor sustituto me había puesto ya tres notables. Por algún motivo, quise estudiar con el otro profesor con la intención de fastidiar a Valpuesta y demostrarle que sabia estudiar. El primer día de su clase después de su regreso, tomó mis notas y me dice...Pequeño monstruo, como es posible estas notas si es usted un verdadero becerro...

Me hizo repetir un examen para entender porque y le demostré que había estudiado en su ausencia, pero aún así, ya no dejó de decirme, pequeño monstruo...

Desde los nueve años que dejé la casa cuna, los pasé hasta mis doce con mi abuela en Linares como ya hice referencia, fueron unos años increíbles, en el patio de la casa había tres pilas grandes de lavar donde nos metíamos los primos a bañarnos, para apaciguar ese calor tórrido del verano andaluz.

El patio parecía una cooperativa familiar de carpintería, al fondo del patio se encontraban alineadas varias habitaciones convertidas en taller de carpintería, donde mi extensa plantilla de tíos se dedicaban al noble arte de hacer puertas y muebles para barnizarlas y a mi me daban la oportunidad de sacarme unos céntimos tirando de la sierra de mano o llevando cosas terminadas en un carrillo de mano a algún cliente que mostraban su gratitud con mis primeras monedas ganadas con el sudor de mi frente, yo me sentía un hombre de provecho con nueve años...

Lo mejor estaba por llegar cuando inmediatamente me hice de muchos amigos a través del colegio de Doña Carmen donde me inscribió mi tía Anita, intentando quitarme de la calle para que no rompiera en mis correrías cada semana un par de sandalias.

Enseguida me dí cuenta, que lo de estar en la carpintería era una mina...escribiendo este libro a veces he pensado que no soy precisamente el Cid Campeador y que mi historia no le iba a interesar a nadie,
pero es así como me sentía en esa época. La carpintería me proporcionó los escudos echos con los fondos redondos de contrachapado de las sillas que mis tíos arreglaban y los restos de palos las espada con las que armar a mis caballeros en esas luchas que provocamos en plena calle contra otros barrios... en tres ocasiones vino a mi casa la pareja de la guardia civil de Linares por culpa de algunas quejas, yo después de una batalla, me retiraba discretamente a casa de un amigo hasta la noche en la que la benemérita me dejaba de buscar y el asunto se olvidaba...cuando llegaba en la noche, mi tía Anita se me quedaba mirando y moviendo la cabeza...hay sevillano, ¿que voy a hacer contigo?, pues tita, dame chorizo frito que traigo mucha hambre, me freía dos o tres chorizos grande en mucho aceite que me comía con mucho pan y dormía como un jabato amamantado...

Pero una de las cosas más alucinante fue el conocer allí a muchas de mis primas, todas me parecían preciosas y me encantaba estar con ellas, pero mi corazón empezó a latir mas deprisa el día que vi pasar delante de mi casa a una hermosura de ocho años que después supe se llamaba Isabel, hermana de uno de los capitanes de mi ejercito y a partir de ese momento de mi Dulcinea del Toboso...
Ahora escribiendo estos recuerdos me digo, que pronto se me pasó los sofocos de la despedida de mi anterior Julieta... pero así he sido toda mi vida, un burlador de Sevilla...empedernido enamorado...

Corre una anécdota entre mi familia de Linares que no falta en cualquier reunión, hace ya más de cincuenta años, pero en una conversación telefónica con mi primo Juan Jose, que lo llamábamos Juancucú, solo hace unos días que me pregunto si ya había salido de los sólidos, líquidos y gaseosas...
en referencia a que me pasé todo un trimestre repitiendo por la casa los estados de la materia, sólidos, líquidos y gaseosos y no conseguía metermelo en la mollera...

Que tiempo mas felices, a veces pienso que me hubiera gustado no hacerme adulto y tener ahora que pasar por la tristeza que se apodera de mi alma cuando pienso en Pedro y sus circunstancias, pero en la vida hay que saber coger las rosas sin pincharte con sus espinas...

Ángel Reyes Burgos

La contorsionista.-Historia 15

Historia 15.- La contorsionista. 
La mujer es una gran contorsionista y no me refiero a este tipo de contorsiones que ilustra la imagen, son esas que tiene que hacer con la economía familiar cuando están casadas y antepone lo que sus hijos y su marido quieren ante que sus propias necesidades.

Hay mucho humor negro relacionado con sus compras compulsivas, no dudo de que ese problema existe en algunas mujeres, pero la regla general no es esa. La mujer es comedida cuando se trata de gastar del presupuesto familiar para ella misma, aunque puedan gastar con alegría cuando su familia lo necesita. El hombre no se priva de su fútbol que representa al año una gran cantidad de dinero, las salidas con sus amigos cuando así se tercia, un cambio de coche porque modelo está según el obsoleto y una gran cantidad de extras que a las mujeres ni se le ocurre.

Una madre se piensa dos veces si se va a comprar esos zapatos o ese vestido que tanto le gusta, pero solo se lo piensa una vez si le gusta para su hijo o su marido, porque fundamentalmente la mujer tiene un gran corazón y es en la pareja la menos egoísta. Si alguna vez nos quitáramos ese filtro con el que vemos a las mujeres y la miráramos con el alma desnuda, nos daríamos cuenta.

Consuelo era una de estas amas de casa, abnegada y entregada a las necesidades de su marido y sus tres hijos. Su marido Juan trabajaba todo el día y ella buena amante de la repostería, hacia cada día pasteles en su casa para venderlos en la calle, con lo que aportaba unos ingresos extras.

Solo tenía un problema, sus hijos pequeños tenían seis meses, el siguiente un año y medio y el mayor tres años. Cuando terminaba de las faenas de la casa y atender a sus hijos, era la hora de llegar su marido para comer, a veces se la había ido demasiado tiempo con la repostería y la comida no estaba lista, con lo que surgía una discusión sobre las prioridades que tiene una mujer para con su marido. El día que el le dijo que no olvidara quien lleva el dinero a casa, a Consuelo se le cayó el alma a los pies...

Consuelo no quería de nuevo tener una discusión sobre el peso especifico de cada miembro de la pareja en cuanto a horarios de trabajo y carga emocional, cosa que en una ocasión un mes atrás le dijo una noche que se encontraba agotada y se excusó con el para impedir tener relaciones sexuales.

Juan se enfadó por ese excusa de que estaba muy cansada y le recordó que el también trabajaba todo el día...ella le dijo que cuidar de los niños, de las tareas de la casa, la repostería y salir a vender con sus tres hijos a la calle era un maratón que la dejaba agotada.
Juan le dijo... ¿y para que vendes ni haces nada si yo jamás se donde va tu dinero?


Porque no miras en los cajones de la ropa de nuestros hijos, sus juguetes, en el juego de oro del reloj y el encendedor tuyo, en tu zapatero, en los dos últimos trajes...después mira en mi armario, en mis cajones y dime que ves...Juan se abrazó a su mujer y lloró de felicidad en su hombro...

Ángel Reyes Burgos

Persecución infernal, disparos contra Lucrecia…Capitulo 15

Persecución infernal, disparos contra Lucrecia…Capitulo 15



Después de los sucesos, las damas accedieron a la planta alta a través de un pequeño ascensor de emergencia del que nada sabía Don Tomas, fueron al convento a advertirle a Berta que la policía iba a poner en circulación una orden de búsqueda y captura contra ella….

La pequeña cabina por donde subieron las damas, partía desde la bodega de vinos en el sótano hasta llegar a la planta baja, solo subía un piso. El suelo donde pisaba era un plato ducha que al estar en la planta se integraba en un cuarto de aseo con  lavabo y Wáter, Sobre el pequeño ascensor había otro plato de ducha de setenta centímetro de lado, así que cuando el ascensor estaba en el sótano, el cuarto baño de arriba aparecía con su ducha y al estar arriba, una cabina de metra quilato con ducha incorporada.
Se hizo así a instancia del contratista como medida de precaución si la puerta blindada no se abría por fallo eléctrico o del sistema y por escapatoria en caso de necesidad.

Cuando las damas comprobaron por el monitor de sus móviles que el senador estaba muerto, Lucrecia acciono un mecanismo en un gran tanque que contenía espuma que se expandía y endurecía al contacto con el aire, pronto todo el sótano se encontraba sellado y en su interior como un gran cubo de poliuretano, sus tesoros se enterraron para siempre, ya no se podría entrar más en esa bodega en las que tantos planes maléficos se gestaron y llevaron a cavo por el extraño grupo de damas.

Un chofer de la limusina, recibió una señal en su móvil para que se marchara y las dos desaparecieron inmediatamente de la calle, el agente de servicio se quedó a la espera de ver salir a las damas. En la cochera posterior, las tres subieron a un volvo negro blindado y se encaminaron hacia el convento.

Por el espejo retrovisor, observaron un Fiat blanco que las seguía, Lucrecia que conducía no se preocupó por eso, siguió adelante y paró cerca de una farmacia, al lado había una puerta de cochera que se abrió con su mando y el coche se introdujo en ella, el perseguidor quedó esperando en la acera de enfrente. La cochera se elevó hasta el nivel de la calle posterior, las damas salieron y  continuaron su camino hacia el convento…


Tomaron la s-30, una pista de circunvalación que rodea a Sevilla hasta llegar a la auto vía Sevilla Madrid, una moto de gran cilindrada se acercaba rápidamente y Lucrecia giró hacia un polígono industrial, la moto las seguía y se produjo una gran persecución al mejor estilo de las películas. El auto se metió en una calle sin salida y el motorista poniéndose a la altura de la ventanilla de Lucrecia, disparó una ráfaga contra el cristal blindado que soportó perfectamente los impactos, mientras ella hacia una maniobra evasiva marcha atrás para salir de nuevo a la vía principal.

La persecución continúo por el polígono en una carrera frenética que nadie pensaba abandonar, pero el destino elige muchas veces quien gana o quien muere y al saltarse ambos un stop, quiso que el motorista colisionara con una furgoneta de reparto que frenó en seco al ver el coche negro pasar y el motorista colisionando en su lateral, se rompió el cuello en el fuerte impacto. El volvo negro continuó su camino para hacer una parada en un taller mecánico donde le cambiaron inmediatamente el cristal…

En el convento las monjas no podían tener nada que les pusiera en contacto con el exterior, prensa, móviles o televisión, estaban totalmente vetados y Berta tuvo que entregar su móvil cuando decidió quedarse, es el motivo por el que Lucrecia quería llegar al convento para advertirle de puesta en busca y captura contra ella emitida por el juzgado numero doce de Sevilla.

Al llegar al convento, la madre superiora les dijo que no podían ver a Berta, los seis primeros meses eran de aislamiento total y no se le permitía las visitas, ella podía dejarle un mensaje para transmitírselo si es algo muy urgente.
Solo dígale que hemos jugado al parchís y las fichas verdes tienen dos turnos sin tirar…


 Berta conocía muy bien el mensaje, cuando en el juego del parchís se come a una ficha, regresa a su casa, la salida para comenzar de nuevo y no sale hasta que los dados le favorezcan con un seis. Ella sabía que tenía que quedarse en el convento hasta que le avisaran que no había problemas…mientras tanto en la jefatura de policía, un agente tenía en su mesa la ficha de un Turco afincado en Tánger que aparecía en un vídeo de vigilancia de la aduana de Marruecos conduciendo el coche del marido de Berta…

Ángel Reyes Burgos

La cueva de los huesos.-Capítulo 15

 
Capítulo 15.-La cueva de los huesos

Siguieron por el monte hacia la cueva donde Lucrecia había dejado su hijo abandonado, un kilómetro antes de llegar a esa cueva, se encontraba la de los perros donde había caído Javier en un pozo trampa con estacas en el fondo, esa cueva no la conocía Lucrecia, cuando llegaron no había nadie y al entrar se horrorizaron del espectáculo tan macabro…el suelo estaba cubierto de huesos y restos de animales y entre ellos algunos eran humanos.

La cueva presentaba en su entrada las mismas características que la otra donde vivían los animales y el hombre, una entrada camuflada por la que había que pasar muy agachado, se encontraba detrás de unos matorrales de jara con espinas y hojas resinosas propia de esa zona de la sierra.

Acumularon los restos en un rincón y limpiaron la zona para disponerse a comer y descansar un rato para preparar las armas con las que contaban para dar caza al hombre y sus animales. Unos ladridos, alertó a los centinelas que avisaron a los compañeros de que tenían compañía, Lucrecia se asomó al exterior y pudo ver como a doscientos metros colina arriba, un hombre y dos perros acechaban a un jabalí, mandó a todos silencio para no alertarlos de su presencia tan cerca de ellos y poder conseguir la sorpresa en la cueva del hombre y sus animales.
En su rostro había tristeza y lagrimas, al fin y al cabo ese era su hijo, pero también tenía la responsabilidad de acabar con un ser tan sanguinario como ese.

El jabalí estaba acorralado contra una encina y los perros atacaban desde los lados mordiéndoles el lomo, un aullido de dolor de uno de los perros apagó, el sonido de los ladridos, el hombre alzo su maza y la descargó con furia sobre una hembra joven que apareció por su costado derecho y la fulminó al momento, los perros dejaron al peligroso jabalí a una orden del hombre, ya tenían su comida y no se iban a arriesgar con ese enorme macho con colmillos de veinte centímetros que te podía abrir en canal con un movimiento de su cabeza…
Se echó su trofeo de caza sobre el hombro y se dirigieron a la cueva, todos se pusieron en tensión esperando el encuentro, pero el hombre y los perros a unos cincuenta metros del sitio de la cacería, giró a su izquierda para dirigirse a la otra cueva donde estaban los dos cachorros que tenían ya la altura de un perro adulto.

Por el momento el grupo se quedó tranquilo y decidieron pasar el resto del día descansando y tomando fuerzas para lo que sabían seria un duro enfrentamiento, no podían entrar en la cueva con esos animales dentro, tenían que hacerlos salir y prepararles unas trampas en el exterior. Lo que más le preocupaba a Lucrecia, era el grado de inteligencia que podía tener su hijo, pues aunque con ese aspecto tosco y abominable, podía haber desarrollado un ingenio suficiente como para darles un disgusto a todos, incluso acabar con sus vidas…aunque ellos eran trece, no podía subestimar la naturaleza salvaje a la que se enfrentaban.

Algo que ignoraba Lucrecia y el grupo, era que el hombre merodeaba continuamente por la aldea en busca de alguna victima que se acercara al río, había visto los preparativos de los aldeanos y a prudente distancia para que no lo descubriera, siguió su marcha hasta cobrar su primera víctima, el asno que tenían en un árbol amarrado. La segunda víctima fue Andrés el carpintero que haciendo guardia cerca de la entrada de la cueva, desapareció sin dejar rastro, Andrés estaba sirviendo de entretenimiento a los feroces colmillos de los cachorros…



Lucrecia se acostó preocupada, presagiaba que las cosas no iban a salir como esperaba.

Ángel Reyes Burgos