Capitulo 4.-La matanza de los jabatos.


Capitulo 4.-La matanza de los jabatos

Mi cueva estaba a un kilómetro de la de los perros donde nos encontrábamos y no quería arriesgarme a quedarnos allí, con la amenaza que suponía ese hombre merodeando tan cerca, nos adentramos sigilosamente entre la maleza, atravesando un bosque tan negro como el corazón que bombeaba la sangre de mis venas, la zona carecía de senderos porque poca gente lo transitaba, pero yo conocía cada palmo del terreno y los animales que confiaban en mi, seguían mis pasos sin titubear…

Ya  estábamos cerca, cuando un gruñido de jabalí alertó y puso en tensión a los perros,
nos paramos, nuestros sentidos se pusieron al servicio de otros chillidos para interpretar su procedencia, una vez localizado, nos encaminamos muy pegado al terreno hasta localizar al jabalí que intentaba morder la parte extrema de su pata para liberarla de uno de los cepos que yo había colocado, los perros se acercaron con prudencia sabiendo lo peligrosos que son sobre todo cuando están heridos, ellos presentaban sus peores cicatrices producidas por enfrentamientos con esos fieros animales.

A su lado, había cinco jabatos de pocos meses producto de su ultima camada que intentaban mamar a pesar de la dramática situación de la madre, el momento no presentaba peligro y nos acercamos, la perra perdió toda su prudencia y la pagó con una enorme cuchillada de uno de sus grandes colmillos en uno de sus costados con un rápido giro de su cabeza, aúllo de dolor y quedó unos instantes inerte en el suelo, mi reacción fue inmediata y descargaba con furia sobre la cabeza del animal mi maza que al segundo golpe, dejo al descubierto sus sesos…y a mi me provocó una erección.
Los pequeños seguían cerca chillando y correteando alrededor pero sin querer separarse de la madre y uno por uno cayeron en nuestro poder…nos dirigimos a la cueva con la perra sangrando en abundancia…

Até el cuerpo de mi animal con tiras de piel de conejo, después de haberle puesto sobre la herida unas yerbas que masticaba y mojaba en la saliva de su propia boca, yo estaba de rodilla detrás de la perra y recordé la erección al matar al jabalí y mis manos la acariciaron sintiendo como una nueva erección se apoderaba de mi con un deseo que jamás había experimentado, me levante el taparrabos de piel que tenia puesto y mi enorme miembro desaparecía poco a poco en el interior del animal acompañado por toda una nota de aullidos de dolor, mientras el macho miraba y parecía estar ajeno a los acontecimientos o quizás me había otorgado el grado de jefe de esta maldita manada.

Yo me tumbe a descansar y vi como el macho se acercaba hasta la hembra que permanecía junto a mí y trató de montarla, lo había visto otras veces y se comportaba sumisa y complaciente, en esta ocasión le enseño los dientes, el macho no se amilano y seguía acercándose, al tenerlo a su alcance abrió su enorme mandíbula y la cerro sobre su garganta, se postro en el suelo y permaneció quieto evitando un fatal desenlace, la perra había demostrado su poderío y el vencido se retiro con su rabo entre las piernas.

 Estaba intentando dormir pero los chillidos de los jabatos me lo impedían, quería dejarlos vivos hasta la mañana y disfrutar de un buen desayuno, pero por el momento quería disfrutar de un placentero sueño y alzando la voz ordené, matarlos…
En treinta segundos se estableció un silencio absoluto en la cueva…

Ángel Reyes Burgos

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